No hay mayor sumiso que un dominante, a excepción de papanatas buscadores de sexo fácil, u otros muchos animalitos varios dispersos. El ser dominante es un perfeccionista, toda su vida se transforma para este fin y constantemente esta maquinando y renovando sus votos. En cualquier sitio donde se halle, donde otros ven objetos cotidianos en su mente se fraguan nuevos sistemas para el próximo acto; practica en silencio nuevas escenas, hace y deshace una y otra vez la función perfecta, las palabras justas, la exacta coreografía.
Maestro de títeres y constantemente aprendiz, el ser dominante baraja siempre con las dos caras de la moneda. Ángel y demonio al mismo tiempo, debe mediar en todo momento entre su instinto y la realidad. Psicólogo, anatomista, sexólogo, amigo, confidente, maestro, tramoyista, actor secundario y director al mismo tiempo, pues él no es el personaje principal de la obra.
El mundo del dominante se rige por estrictas normas y parámetros en los que, para mas INRI, el porcentaje esta a un sumiso/a, diez amos/a. La recompensa del dominante es la entrega de su sumiso/a, esfuerzo no siempre correspondido. El dominante es un jardinero, tiene que plantar semillas, esperar tiempo a que crezcan, podar, trabajar y tratar para luego recoger los frutos.
La satisfacción está en el camino, viendo como su trabajo va dando resultado, como de vez en cuando recibe verdadero reconocimiento y agradecimientos sinceros hacia su labor y no sólo los que son propios del guión.
También está la belleza de los ojos sumisos, la sonrisa agradecida y juguetona, el cuerpo entregado con su alma y el momento robado al tiempo cuando la satisfacción es plena.
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